Ya tenemos el verano encima y ha llegado con ímpetu, no sé cómo os sienta a vosotros el calor, a mí siempre me viene grande, soy más de “inviernito” que de “veranito”.
De hecho me viene tan grande, que éste que ha llegado con tanta alegría, me lleva medio arrastrada por las calles de Madrid. La verdad es que cada verano vuelvo a sorprenderme del calor que puede llegar a hacer. Es lo bueno que tiene la mala memoria, que vives permanentemente sorprendida por las mismas cosas.
Y estos días ando por la calle buscando miradas cómplices que se sumen a mi indignación ante esta desmesura de calor y en cuanto encuentro una, zas! me lanzo a compartir mi parecer, necesito adeptos a mi causa contra el calor, quejicas como yo para no sentirme tan sola con esta ira extraña que me entra.
Y no os creáis que hay tantos, solo somos un 12% los que preferimos el «mal tiempo», así que me cuesta encontrarlos y cuando lo hago, con la emoción me acaloro más y entro en un bucle desesperante que no me lleva a ninguna parte, pero al menos no me siento tan rara.
A mí, la euforia me entra de noviembre en adelante, qué le vamos a hacer, justo cuando la gente se dispone a hibernar y está más mustia y melancólica por la escasez de horas de luz, yo me vengo arriba. En fin… cosas de la biología!
Porque aunque en nuestra vanidad solemos creer que nuestros estados de ánimo obedecen a causas más profundas, la realidad es que el clima moldea nuestros ánimos a su gusto, juega con nuestra química cerebral, estomacal (segundo cerebro) y sexual (no me resisto a decir que tal vez, y solo tal vez, sea nuestro tercer cerebro) y nos imprime un carácter. No tenemos más que pensar en los países con sol y sin él y cómo somos unos y otros.
El verano nos excita los sentidos, todos; los buenos y los malos.
La mayor exposición a la luz solar se lleva la tristeza y la melancolía invernal y nos trae alegría y ganas de relacionarnos y hacer más cosas, aumenta la creatividad, estimula las glándulas que liberan hormonas sexuales y como precio tenemos que pagar una mayor agresividad y ansiedad.
Luego ya viene el exceso de calor que nos afecta mas o menos a todos con agotamiento, confusión, irritabilidad, falta de apetito y sueño menos reparador y en especial a las personas más vulnerables. Así que a beber mucha agua fresquita, rebajar esfuerzos y a ir buscando el cobijo de las sombras.
Pero dejando a un lado los excesos y las generalidades quería contaros tres cosas:
1. PÁRATE A PENSAR QUÉ CLIMA Y QUÉ ENTORNO LE SIENTA MEJOR A TU CUERPO. Le da más energía, mas optimismo, te favorece el sueño, despierta tu creatividad o tu calma. Seguramente coincida con la estación que más te guste. Sé que todas tienen su encanto pero si tuvieras que quedarte con una ¿cual seria?
2. Conocerse es la primera parte de cualquier terapia o curso de crecimiento. Así que una vez que sepas esa información, ESCUCHA A TU CUERPO PARA TOMAR DECISIONES: de vacaciones, de residencia, de aficiones… Esas serán decisiones inteligentes desde un punto de vista emocional porque estar en consonancia con tu biología facilita mucho las cosas. Cuanta gente se va a vivir a un chalet pensando que el silencio y el canto de los pájaros es bucólico e ideal y termina de los nervios o con el ánimo por los suelos.
3. ESTÉS DONDE ESTÉS, si eso es lo que hay, pon en marcha tu barrido mental, pasa de largo por las zonas oscuras y PON LA LUPA DE AUMENTO EN TODO LO AGRADABLE que te encuentres en el recorrido PARA CONVERTIRLO EN EXTRAORDINARIO y atención! porque ésta es una labor detectivesca, si no lo haces con consciencia y atención corres el riesgo de quedarte ciego. Tú eliges la belleza que percibes, dentro y fuera de ti.
Así que yo me quedo del verano, con los desayunos con color y sin prisas, las horas dilatadas de las tardes estivales, la fascinación que encierra viajar y descubrir lugares nuevos y las veladas románticas «con vistas al interior y al exterior».
Feliz tarde de viernes! 💙💙