Yo tenía un profesor en la Universidad (el de Psicología Social) que al verme un poco “distraída” en asuntos políticos y reivindicaciones sociales de la facultad, un día me espetó una de esas frases que a los 19 años recibes con un irónico: “waaau, que profundo”.
La frase magistral fue: “No cometas el error de pasar por la facultad sin dejar que la facultad pase por ti”.
Yo la recibí con un arqueo de cejas, me pegué un vuelco ágil a la melena y me largué por la puerta andando con ese paso firme tan sobreactuado que viene de serie con la adolescencia (tardía en mi caso).
La frase en sí era “redichona” pero muy a mi pesar, tuve que admitir con el tiempo que era buena.
Llevada a lo global podríamos recordarnos: “No pases por la vida sin que la vida pase por ti”.
Y llevada a lo concreto, vale para todo.
Se me hace más fácil contarlo en forma de historia.
Ayer por ejemplo, en mi primer paseo primaveral sin prisas por Madrid Río, miraba a mi alrededor… hacía sol, las familias estaban comiendo bajo los árboles, los niños correteaban, una pareja tocaba la tuba, otros jugaban a la pelota… bicis, pajaritos… “pues vale, muy bien, muy primaveral todo, ideal”.
Yo mantenía una conversación del tipo: “si, si, ¿no me digas?, vaya, vaya”, es cierto sí, hay que ver qué cosas…”
Pero mi mente estaba en mil sitios distintos, tantos que si me hubieran hecho un escáner craneal en ese momento, habría salido una radiografía en forma de ese dibujo emborronado que un niño garabatea empuñando todos los colores, unos sobre otros y lo remata glorioso firmándolo con un súper borrón que lo tacha todo.
Digamos que miraba pero no veía porque mi foco estaba hacia dentro, intentando desgarabatear mi mente, lo demás para mi era un decorado de atrezzo.
Tanto estímulo primaveral terminó por hacerme bajar la guardia y derribó mi muro, en un abrir y cerrar de ojos se me había colado dentro la primavera.
El canto de los pájaros, estornudos, cielo azul, olor a hierba, brisa cálida, el maravilloso sonido de los saltos de agua, el olor característico de los olivos, la alfombra de pétalos de la flor del almendro que caen al menor golpe de viento cuando todavía están en todo su esplendor, y que simboliza para los japoneses la naturaleza efímera de la vida.
Recordándoles que hay que celebrar cada rincón de los sesenta segundos del inexorable minuto.
Nada! me rendí y me entraron unas ganas enormes de apasionarme con tu melena.
De escucharte con los cinco, siete y quince sentidos.
De sacar a contonear mi cuerpo serrano con un corto vestido de flores, sin el cuerpo de los 20 pero con la seguridad y la desfachatez de los 40.
Ganas de correr, de revolcones, juegos, risas, bailes, miradas…
Actualmente pagamos mucho dinero para acudir a clases de meditación o mindfulness, digamos que se nos ha olvidado vivir y pagamos para que nos recuerden cómo se hace, cómo se respira, cómo se inhala la vida y cómo se exhala la muerte.
Al inhalar hacemos que entre la vida en nosotros, al exhalar soltamos pensamientos, preocupaciones, pasados que dejaron de ser y futuros que ya se irán escribiendo.
Y me vino esa frase: «No pases por ésta primavera, deja que ésta primavera pase por ti»
¿Cómo?
Si lees, pero por pereza mental no piensas «cómo» y no lo implementas, estás jodido. Tu maravillosa mente, se irá apagando si esperas a que te digan: paso 1, paso 2, paso 3…
Un apunte: «Gira el foco de luz y en vez de alumbrar tu mente, alumbra lo que te rodea, paladéalo.
Es la única forma de que la vida te bañe de sensaciones.
No pienses tanto, Siente!!!
Pd. ¿Quedamos en ese banco tú y yo? Pero nada de pensar, sólo vale sentir. 😜
💙💙💙