Cuántas veces me he sentido culpable por liarme a hablar eufórica y soltar lo que no tenía que soltar, y otras veces sin embargo la culpa es porque me quedé callada como una tonta en vez de decir lo que pensaba.
Culpable por no decir “no” a tiempo y verme metida en una situación que no me apetecía nada y también por el malestar de la persona que buscaba un sí y le dije no.
El tema es que como reza aquella oración “por mi culpa, por mi culpa y por mi gran culpa” (que algunos aprendimos de pequeños) convivimos en un mar de culpas. Se me ocurre la culpa por no dar a los padres en la misma medida que nos dan, por no tener la valentía o la capacidad de esfuerzo suficiente para cambiar cosas que no nos gustan de nuestra vida, por permanecer demasiado tiempo en un lugar sin darnos cuenta de que debimos cerrar aquel capítulo y no perder un tiempo precioso, culpable por el sufrimiento de los demás (cuando son lo suficientemente hábiles con el chantaje emocional y nos la cuelan), culpable por dejar pasar 10 días sin escribir en un blog 😉 … Y un largo etcétera de culpas frecuentes y cotidianas, sin entrar en grandes culpas, a veces surrealistas y tremendamente dolorosas.
La dosis apropiada se llama autocrírica constructiva y responsabilidad y la sobredosis tóxica; (que es alarmantemente frecuente) ya transforma esa pequeña y pasajera inquietud en un sentimiento punzante más agrio y persistente, la reconoceremos porque nos volvemos rumiantes del tema en cuestión y arrasa con toda posibilidad de calma y felicidad. Un factor de enganche es que nos hace demostrar y sentirnos buenas personas, pero ese es otro cantar…
Pues aquí va mi antídoto que desafíará a esas cabecitas locas y pensantes que me leéis:
Nada de intentar razonar con ella porque el debate es agotador, sobrevaloramos la eficacia de la razón y os aseguro que los dedos que mueven los hilos de la culpa son prestidigitadores, así que yo os sugiero que cuando aparezca, la única frase que le dediquemos sea que «no hice algo con el claro deseo de hacerlo mal y por algo lo haría así en aquel momento» y tras pensar como mitigar las consecuencias (si es posible), al segundo llenemos los pulmones de aire recogiendo esa punzada, soplemos a través de nuestra mano como si estuviéramos insuflando un globo y soltemos todo ese malestar, hacemos un nudo al globo y que se lo lleve el viento. Puedes llenar tu ciudad de globos imaginarios o darles puntapiés si vuelven a aparecer.
La vida no está para rumiar pensamientos dañinos que solo nos recluyen a espacios sin vistas a este día precioso lleno de posibilidades.
Feliz dia 💙💙💙