UN SECRETO A VOCES QUE SÓLO AHORA ESTOY PREPARADA PARA COMPARTIR

Quiero empezar por el final. ¡Gracias de corazón por seguir ahí!

Demasiado tiempo de ausencia… pero también he estado ausente de mí misma, intentando encontrar mi sitio, el que perdí un día en un pasillo de hospital hace dos años y medio…

Quiero contaros algo que nunca he sido capaz de hacer por dos motivos:
Uno es que no encontraba una estabilidad anímica respecto a este tema lo bastante sostenida en el tiempo como para pensar que había encontrado una fórmula, algo que aportar.
El otro es cierto pudor ante la desnudez y la exhibición de sentimientos tan íntimos volcados en una red social.

Pero he decidido transformar ese pudor en honestidad, devolveros la confianza que me regaláis vosotros y sobre todo, ya sí creo tener algo que aportar.
Solo espero saber encontrar las palabras para transmitirlo.

Hace dos años y medio…
Mi madre esperaba sentada en la sala de espera de un traumatólogo mientras yo iba a recoger los resultados de su resonancia.
Volvía por el pasillo con el informe en la mano, e instintivamente eché un vistazo por un lateral.
Golpes de vista se posaron a una velocidad de vértigo sobre cuatro palabras sueltas, totalmente inesperadas: “metástasis, tumoración, cancerígeno, múltiples…”.
Esas cuatro palabras provocaron cuatro explosiones directas dentro de mí que se expandieron por todo mi cuerpo y sentí como una fuerza me succionara hacia atrás sacándome de la vida.

A partir de entonces me desdoblé en dos:

La “succionada” se quedó orbitando alrededor de una realidad extraña en estado de shock.

La otra siguió caminando firme, con la mirada puesta en mi madre que me esperaba al final del pasillo, buscaba algo en el bolso (lo hace siempre que está nerviosa, comprueba una y otra vez si lleva todo lo necesario), levantó la vista y me sonrió.

Le devolví la sonrisa mientras me repetía a mí misma: “tranquila, no pasa nada, puedes, no pienses, tranquila”.

El “yo racional” tira, resuelve, disimula, se protege intentando creer cosas que no consigue creerse, se exige actitudes que ayuden y no resten, y sobre todo hace algo magnífico, cierra las compuertas a unas emociones tan desmedidas que si las dejáramos pasar arrasarían con todo, incluida la cordura.

Poco a poco el cerebro racional va abriendo las compuertas dejando que pasen las emociones en fila india, a veces se confía demasiado y las abre de más. Nuevo colapso.

Difíciles equilibrios de funambulista los que la vida nos pide a veces.

El yo emocional se cuela en tus sueños y se expresa con pesadillas o insomnio, el resto de síntomas… soy totalmente incapaz de expresarlos: Todos.

¿Mi vivencia? Tampoco soy capaz de ponerle palabras.
Es tan personal el vínculo que tenemos con cada persona, tan desconcertantes las reacciones propias y tan diferente el curso de la enfermedad en unos y otros, que mi vivencia concreta no es lo importante.
Solo porque obviamente no voy a jugar a incógnitas, deciros que la enfermedad de mi madre sigue su curso incierto y complicado.

Durante todo este tiempo he estado buscado mi sitio por todas partes pero no lo conseguía, en parte porque no quería encontrarlo.
Sentía que encontrar una tabla de salvación para mí, mientras mi madre braceaba cada vez más lento en un mar negro, era desleal a mi amor por ella, (extrañas actitudes las de nuestro inconsciente pero muchos me entenderéis)
Y en parte porque cuando por fin decides buscar esa tabla a la que agarrarte por instinto de supervivencia, no es fácil.

Pero si te das permiso, la calma llega un día sin más, tras la suma de mucho intentado, acumulado, sufrido, ensayado, errado…
Un día a pesar de que el camino se hace más oscuro empiezas a caminar con cierta calma y a ese día le sucede otro calmado y otro… hasta que entiendes que estás en otro escenario mental a pesar de que el escenario real es el mismo.

Y curiosamente la he encontrado en el lugar al que pretendo acompañar a todos mis pacientes sin excepción y ese lugar se llama:
ACEPTACIÓN: El final exitoso de una terapia.

Difícil palabra.
La más difícil de todas las palabras.
Injustamente maltratada y malentendida.

Aceptación NO es resignación, tirar la toalla, debilidad, falta de instinto de superación y de lucha, no es aguantarse y sufrir porque “no queda otra”
NO!! Eso no es aceptación.

Aceptar es entender que la verdadera fortaleza está en abrazar la propia debilidad.

La verdadera y complicada lucha está en abandonar la “lucha” y transformar todo ese vocabulario bélico que usamos cuando nuestro cuerpo nos envía síntomas que no nos gustan: enemigo, lucha, vencer, traición, guerra, armas… en palabras de Amor.

Percibimos los síntomas físicos y mentales como enemigos que nos ha traicionado, el cuerpo y la mente contra nosotros, nos desdoblamos y entramos en una batalla cuerpo a cuerpo: “¡No quiero esta ansiedad, odio mis pensamientos, odio mi cuerpo!”
En esa lucha encarnizada contra ti mismo lo más lógico es que pierdas y desde luego a lo máximo que puedes aspirar es a quedarte “en tablas” el mayor tiempo posible: si una mitad gana, la otra mitad pierde.

Aceptar es aflojar músculos, dejar de estar en guardia, nadie te amenaza, tu cuerpo te quiere, suelta la tensión, suelta las armas, deja de planificar emboscadas y de luchar contra enemigos.
Sal de esa guerra.
Y sí, ábrele las puertas a todos esos síntomas, ellos están luchando por ti, por eso terminan molidos y necesitan que al final del día los dejes pasar… escúchales, abrázalos, ama y consuela a tu cuerpo y a tu mente, ellos sí vienen de una batalla para devolverte la salud porque el cuerpo busca sin cesar el equilibrio.
Necesitar estar en otro sitio diferente al que estás en una lucha perdida, la mejor forma de ganar (sea la «guerra» que sea) es Amar, Amarte y Dejarte Amar.

La Aceptación es el lugar en el que se abren todas las puertas de las jaulas donde nos metemos y se abren los caminos que nos llevan a todo lo que anhelamos.

Feliz de poder haber podido soltar un tema tan frágil, tan intenso.

(Pdt.: Ojalá pudiéramos aprender esa lección que nos transmiten quienes transitan por esos momentos tan duros viviendo cada día con la presencia de la muerte rodeándoles, desde esa oscuridad emerge en ellos la verdadera luz y tratan de regalárnosla: «el brutal valor de la vida, de cada momento con plena conciencia», sin embargo me temo que el aprendizaje por experiencia ajena es el más débil de todos los aprendizajes
Ojalá que no tuviéramos que vernos en ese momento en que se nos va la vida para valorar cada instante en toda su plenitud)

Toda mi corazón vuelve a estar con vosotros.
💙💙💙.